Hay en la Ciudad de México una leyenda que se remonta a los primeros años del siglo XVII, 1602, un año antes de la fundación de la Villa de Salamanca, en la que cuentan que los padres Dominicos trajeron un crucifijo blanco de tamaño real que instalaron el Templo Porta Coeli. Como toda leyenda de la época aparecen las dos fuerzas, la del bien y la del mal, la primera representada por Don Fermín de Andueza, hombre rico, virtuoso, casto y muy estimado por el vecindario. Acostumbraba asistir a misa en cuanto sonaba la "hora prima", al amanecer. Al entrar con devoción le rezaba al Santo Cristo que se encontraba en uno de los altares laterales y antes de salir con gran amor y devoción dejaba algunas monedas de oro, esto lo hacía sistemáticamente todos los días.
El segundo personaje, era el malo, la encarnación propia del pecado en la persona de Don Ismael Treviño, siniestro, oscuro, de malos sentimientos, egoísta y envidioso con todos, acaparador, seguramente jugador y dado a las liviandades con las mujeres públicas.
Negocios sucios que en ocasiones buscaba solo el obstaculizar la buena obra que don Fermín venía realizando. El exceso de malos sentimientos lo llevó al extremo de pensar en la muerte del que por si mismo había decidido que sería su enemigo, planeó matarlo de forma cruel y despiadada pero, cobardemente de modo en que nadie supiera que era él quien había ideado el malévolo plan. Así fue que untó con veneno los pies del Santo Cristo a sabiendas de que por la mañana sería don Fermín quién besaría con su habitual devoción los pies del Señor.
A la mañana siguiente el sacerdote fue a orar, y al terminar como siempre se acerco a los pies de la imagen para besarlos pero al inclinarse, el Cristo encogió las piernas e hizo sus pies a un lado, al mismo tiempo todo él se tornaba de color negro, absorbiendo el veneno.
Don Ismael atónito, único testigo de los acontecimientos, salió de su escondite para arrodillarse ante la imagen milagrosa y pedir perdón por sus actos, para luego escabullirse entre la multitud y nunca más volver a la Ciudad de México. Al conocerse los hechos, la gente comenzó a crear una especial devoción al Cristo Negro llamándolo como El Señor del Veneno. Un buen día un incendió afectó el recinto de Porta Coeli y la Santa imagen se consumió en el fuego, siendo esta reemplazada por una de manufactura reciente, siendo ésta imagen trasladada a la Catedral Metropolitana en 1944 y hasta la fecha se le sigue rindiendo culto con una misa especial todos los viernes al medio día.
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